Numerosas personas en todo el mundo realizan trabajos domésticos y estos suponen un 10% de la fuerza de trabajo en algunos países. Las condiciones laborales de los trabajadores domésticos están muy alejadas de las normas internacionales: salarios muy bajos o inexistentes, un número de horas trabajadas por semana excesivo y ausencia de cobertura social y descanso.
Estos trabajadores son víctimas de abusos sexuales y de maltratos físicos y psicológicos. En ocasiones se ven privados de alimentos, agua y condenados a estar recluidos; son víctimas de abusos por parte de sus empleadores pero dado que se encuentran en situaciones, en ocasiones, precarias (deudas, aislamiento) prefieren permanecer en este estado de semiesclavitud.
Este fenómeno que afecta a los adultos también afecta, en mayor medida, a los niños. De hecho, su corta edad acentúa los factores de riesgo. El aislamiento aumenta la fragilidad de estos niños que no tienen familia o amigos y hace que se encuentren en una situación de casi total dependencia en relación con sus jefes. En 1989, la Organización Internacional del Trabajo declaró que “los jóvenes que realizan trabajos domésticos son quizás los más vulnerables y explotados de todos”.
En su informe del 12 de junio de 2013 (Eliminar el trabajo infantil en el trabajo doméstico) la OIT estima que 15 millones y medio de niños (jóvenes de entre 5 y 14 años) realizaban trabajos domésticos. La frontera entre el aprendizaje de la vida a través del trabajo doméstico dentro de la familia y la explotación infantil es bastante difusa y es por ello que se hace muy difícil luchar de forma eficaz contra el trabajo infantil.
De entre todos los niños, la OIT subraya que los niños inmigrantes viven una situación aún más peligrosa. De hecho, algunos pierden sus papeles o llegan solos a su país de acogida, esto hace que la probabilidad de que el trabajo doméstico se convierta en esclavitud aumente.
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