El tabú de las desigualdades en el sector humanitario: las enseñanzas de la década pasada

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Es fundamental mirar introspectivamente los inconvenientes respecto a las acciones humanitarias durante el decenio de 2010 con el fin de mejorar constantemente y no repetir los errores pasados, lo que, sin lugar a duda, se logrará en el sector en esta nueva década. La llegada de este nuevo año nos brinda una invaluable oportunidad para pasar de página y para dar cuenta de manera honesta de las principales fallas del humanitarismo para, entre nosotros, asegurarnos de que el trabajo humanitario siga afectando positivamente sin perjuicio alguno.

Mejorar en pro de los niños en la nueva década

De manera notable y terrible, la década pasada fue testigo de la revelación de la extensiva violencia sexual y explotación en la industria de la ayuda contra las personas que pretende ayudar. Con las investigaciones internas que datan del 2001 y más de 40 importantes organizaciones implicadas, la escala del abuso sistemático es tanto sorprendente, prolongado, como bien conocido por parte del sector mismo (Ainsworth, 2018).

Algunos de los nombres más reconocidos en el trabajo humanitario, incluyendo Oxfam, Save the Children, la Cruz Roja, Médicos Sin Fronteras, el Comité Internacional de Rescate y Care International, estuvieron implicados en estos «escándalos», lo que reveló una cultura de abuso profundamente arraigada en la industria de la ayuda. Oxfam estuvo nuevamente involucrado en «ayuda por sexo» (o abuso sexual) a finales de 2019 (Times, 2019).

Estos problemas persistentes son inexcusables y afectan a los niños desproporcionadamente. Esto no se debe permitir. Cuando se reconocen los errores más graves, estamos en mejores condiciones de abordarlos e impedirlos por medio de una política concreta de cambio y acción. «No hacer daño» —uno de los pilares de los directivos humanitarios— debe inequívocamente hacerse realidad por primera vez en el decenio de 2020.

La extensiva brecha salarial humanitaria

Una de las desigualdades que persiste en el sector humanitario es de la creciente brecha salarial entre el personal internacional (a menudo occidental) y el personal nacional (oriundo del país de operación). En un estudio del 2016 y en un documental sonoro realizado por Anna Strempel que se centra en India, China, Malaui, Uganda, Islas Salomón y Papúa Nueva Guinea, se encontró que el personal local recibe un salario aproximadamente cuatro veces menor que el del personal internacional, a pesar de poseer los mismos niveles de educación y experiencia.

“Cuando eres un local, no te pagan equitativamente con respecto a los empleados internacionales, y eso determina dónde vives, qué tipo de carro conduces, cómo logras mejorar tu propia seguridad.»

—Salome Nduta, delegada de protección para la Coalición Nacional de Defensores de Derechos Humanos en Kenia (Pauletto, 2018).

Franz, un profesional de la asistencia humanitaria con 11 años de experiencia y de nacionalidad indonesia, trabaja con un director internacional que gana más de 10 que él. Franz tiene 12 días de vacaciones al año, mientras que su homólogo cuenta con un mes, como también con un mejor paquete de seguro. Según algunos, la brecha salarial de 2 o 3 veces se considera justificada, pero, en realidad, la brecha oscila entre 4 y 15 veces el salario del personal nacional.

Encima de esta impresionante desigualdad económica, acentuada por las organizaciones humanitarias, el personal internacional a menudo recibe «paquetes» generosos como parte de sus contratos, a los cuales el personal nacional no tiene acceso y que no se tienen en cuenta dentro de la brecha salarial. Estos paquetes pueden incluir pagos a las escuelas privadas donde asisten sus hijos, el carro de la empresa, una gran cantidad de persona, cobertura de seguro médico, vacaciones anuales extendidas y facturas pagas y alojamiento.

Esto tiene suma relevancia en la calidad de vida del personal nacional que trabaja en el sector humanitario, así como en sus familias y comunidades en general. Lamentablemente, el 80 % de los trabajadores humanitarios locales afirman que su paga no era suficiente para satisfacer sus necesidades diarias (Strempel, 2016). Un estudio del 2017 de la UNOCHA (Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, por sus siglas en inglés) declara que el personal internacional recibe mayor acompañamiento psicosocial, entrenamiento y provisiones de seguridad que sus homólogos nacionales (UNOCHA, 2017).

Así, un sector que supuestamente promueve los derechos humanos y la igualdad contribuye, de ese modo, a la perpetuación de la desigualdad y la pobreza. Dentro de las organizaciones existe una cultura del silencio respecto a la brecha salarial dado que el personal nacional que devenga salarios menores están sujetos a una relación de poder con sus colegas internacionales, y los compañeros internacionales, que se benefician ámpliamente de su cargo, se apresuran a justificar la disparidad y no tanto a cuestionar su cómodo paquete de beneficios y salario, incluso si están sinceramente motivados por la justicia y la igualdad para todos. Esta cultura del tabú hace que la conversación sea aún más necesaria.

El alto costo de devaluar a los trabajadores nacionales

“Muchos ven el trabajo humanitario como occidentales a capa y espada por todo el mundo, pero el verdadero trabajo humanitario lo llevan a cabo los bengalíes en Bangladés, los jordanos en Jordán, etc.».

—Thomas Arcaro, profesor de sociología en la Universidad de Elon (Pauletto, 2018)

La desigualdad económica y material entre el personal humanitario también se ve reflejado en cierta medida en la tangible desigualdad en cuanto a la protección. Cerca del 80 % de los trabajadores humanitarios que son asesinados, gravemente heridos o secuestrados en servicio son personal nacional (New Humanitarian, 2017), y, en 2018, Aid Worker Security Report mostró que esta letal proporción va en aumento (UNOCHA, 2018).

Tal caso de violencia contra los trabajadores humanitarios en Sudán del Sur destaca la manifestación de las desigualdades de los trabajadores humanitarios. Un reporte elaborado por el Feinstein International Centre muestra que, luego de un prominente sometimiento a un grupo de mujeres trabajadoras humanitarias a violencia sexual en Juba (Sudán del Sur) en 2016, las mujeres que formaban parte del personal internacional fueron inmediatamente evacuadas del país y se les brindaron cuidados físicos, psicosociales y emocionales, como también se les concedió una licencia indefinida por enfermedad.

No obstante, el personal sudanés, que había sobrevivido a la misma agresión, fueron dejados en Juba «sin acceso a la medicina necesaria para prevenir embarazos, VIH, ETS u otras enfermedades», y el informe declaraba que «no es claro» el apoyo que se les brindó, en caso de haber, y sugería que quizá se espere que recurran a los servicios de salud locales, ya que el personal residente cuenta con paquetes diferentes. También afirma que el personal nacional «a menudo se ve enfrentado a una desventaja en cuanto a los cuidados que reciben» (Mazurana, 2017). La repercusión de tal «desventaja» es, en algunos casos, devastadora para la salud, el bienestar y la seguridad de las personas en cuestión.

Revertir las metáforas gastadas y un discurso peligroso

Muchas organizaciones humanitarias aún se prestan para emitir un discurso, narrativas y comportamiento discriminatorios. De hecho, una encuesta de Humanitarian Women’s Network mostró que el 69 % de las mujeres experimentó discriminación, acoso o abuso en el trabajo (The New Humanitarian, 2017), y hay un racismo persistente que todavía tiene lugar en el sector, cuyas cualidades neocoloniales siguen siendo bastante prominentes (Jayawickrama, 2018).

Las iniciativas de mercadeo y de la recaudación de fondos basados en la pornopobreza y las disfrazadas imágenes y narrativas occidentales del heroísmo blanco —el protagonista como trabajador humanitario occidental y blanco que viene al rescate del negro vulnerable y pasivo o del «beneficiario» moreno— fue casi la norma durante el decenio de 2010, promulgando fuertemente así estereotipos dañinos (Al Jazeera, 2019). La década pasada fue de educación y una marcada curva de aprendizaje para el sector.

Se han señalado reiteradamente estos problemas, y los próximos años ofrecen una valiosa oportunidad para que la industria demuestre lo que ha aprendido y para continuar el trabajo tan necesario e invaluable que se está llevando a cabo, con excepción —fundamentalmente— de los perjudiciales resultados colaterales.

El presente artículo no brinda, de ninguna manera, un panorama exhaustivo de los errores en el sector humanitario, que son muchos. Pero sí pone a la luz algunos ejemplos de las áreas clave que más urgentemente necesitan un cambio y un mejoramiento. Aprender de nuestro pasado y no repetir los eventos más oscuros de nuestra historia como sector es crucial para alcanzar nuestra última misión y objetivo humanos. Se deben romper, una y otra vez, los tabúes que persisten respecto a los temas más complicados.

Somos responsables primeramente de nosotros mismos, y nuestra responsabilidad de rendir cuentas es fundamental. Debemos mirar con esperanza y optimismo la década que se avecina. El trabajo humanitario ha alcanzado una gran cantidad de éxitos y logros. Gracias a la construcción del cambio positivo, y mientras se mitiga el daño que se causa, la acción humanitaria debe continuar contruyendo un planeta mejor en el decenio de 2020 para los niños del futuro.

Escrito por Josie Thum

Traducido por Felipe Chavez

Referencias

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AINSWORTH David, ‘Major aid charities knew of ‘sex-for-food’ scandal years ago, says Times’ in Civil Society Online (London: Civil Society Media Limited, 2018), accessed 10.01.2020.

AL JAZEERA, Does humanitarian aid have a ‘white saviour’ problem?, (Youtube, 2019), accessed 09.01.2010.

GARCÍA-MINGO Elisa, ‘Cuando los cuerpos hablan. La corporalidad en las narraciones sobre la violencia sexual en las guerras de la República Democrática del Congo’ in Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, vol 70. (1) (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2015).

GODE Martin, In security? Humanitarian organisations’ and aid workers’ risk-taking in armed conflicts (Södertörn University, 2014), accessed 09.01.2020.

JAYAWICKRAMA Janaka, ‘Humanitarian aid system is a continuation of the colonial project’ in Al Jazeera Online (Qatar: AlJazeera Media Network, 2018), accessed 11.01.2020.

MAZURANA Dyan and Phoebe Donnelly, ‘Stop the Sexual Assault against Humanitarian and Development Aid Workers’ (Somerville: Feinstein International Centre, 2017), accessed 11.01.2020.

The New Humanitarian, ‘Aid Workers at Risk on World Humanitarian Day’, (The New Humanitarian Online, 2018).

O’NEIL Sean, ‘Oxfam scandal: Staff still offering aid for sex, report claims’, The Times (London: The Times, 2019), accessed 11.01.2020.

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STREMPEL Anna, ‘Mind the gap in local and international aid workers’ salaries’ (Massey University: The Conversation, 2016), [online], accessed 10.01.2020.

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UN OCHA, ‘Aid worker deaths: the numbers tell the story’, (Medium, 2018), retrieved from, accessed 11.01.2020.